lunes, 1 de julio de 2013

Sola.

El sol iluminaba ya bastante, y el paisaje en frente a mí era precioso, perfecto para sacar mi cámara y echar una foto con un extraordinario ángulo que hacía ese momento de película. Así que eso mismo hice, sacar mi querida réflex y hacer una buena fotografía, hasta salía un viejecito sentado en un banco con su garrote mirando como se evaporaba el naranja amarronado del cielo encarcelado por las ramas secas de los árboles. En ese momento yo también miré al cielo, tan calmado, apacible y cálido... Te dejaba sin aliento, era inmenso, llenaba el corazón de pureza.

Cerré los ojos y con la mente en blanco comencé a escuchar el cantar del viento, las hojas que crujían, los pájaros que volaban y el aleteo de sus alas, los árboles meciéndose y de repente noté el olor a pan recién hecho, a fresas, a chocolate a café. Se puso en marcha la fuente del jardín que había al lado y a todo lo anterior se unió el sonido del fluir del agua, suave y tranquilo.

Sin darme cuenta estaba sonriendo como una tonta escapando volutas de humo de mi nariz y boca por el frío. Abrí los ojos y había alguien a mi lado dándome toques en el brazo. Era mi amiga Rosi, que me miraba fijamente y extrañada. Probablemente me sonrojé, pero supongo que no se notaría por el frío. 

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